La atribución de impartir justicia es divina. Una atribución que los hombres aceptaron con reverencia desde el inicio de los tiempos en el entendido de que era de la más alta dignidad y eminencia. El juez solo responde a su conciencia y a Dios…

En las sociedades, históricamente, los jueces tuvieron siempre papeles centrales. Muchas veces su soberanía y poder rivalizó con la de los reyes y gobernantes.

Desde la Grecia y la Roma antiguas los jueces fueron parte de la estructura fundamental de la sociedad. Los judíos fueron gobernados por “jueces”, delegados directos de Dios. Los reyes fueron los jueces por excelencia. La decisión “salomónica” es célebre y la vida de San Pablo se preservó por un “Apelo al César”, juez supremo del imperio romano.

La fortaleza de una sociedad y su nivel institucional pueden definirse en gran medida por el poder e independencia de sus jueces. En las sociedades más avanzadas institucionalmente aun los presidentes y primeros ministros les temen.

El juez es una figura magna, soberbia, regia, majestuosa.

En la República Dominicana los jueces siempre fueron peones al servicio del poder. La profusión de procesos viciados por manejos e influencias políticas es tal, que no vale la pena tratar de enumerarlos. No han sido más que títeres ridículos, torpes y serviles.

A partir de la reforma constitucional del 1994, con la creación del Consejo Nacional de la Magistratura y la carrera judicial subsecuente, el papel de los jueces, su dignidad y sus actuaciones mejoraron sustancialmente.

A pesar de ese avance, en los últimos años, la progresiva politización y mediatización del ministerio público, el auge del trafico de drogas, la necesidad del gobierno de divertir la atención hacia temas más favorables y escurrir el bulto conjuntamente con una Suprema Corte de Justicia decrépita, cobarde, irresponsable y cómplice del gobierno más corrupto de nuestra historia han contribuido a dañar considerablemente el sistema y a perder en pocos años lo logrado en casi una década de evolución positiva.

Lo que en un momento se vislumbró como un futuro promisorio para la judicatura se ha convertido en una vergüenza. Jueces cobardes e irresponsables que ven su carrera como un simple empleo y que temen tomar decisiones por temor a la opinión pública y a las repercusiones de sus decisiones, aun sean justas y legales, si no son políticamente convenientes.

Es por eso que un Ministerio Publico considerablemente politizado, mediático y desconsiderado se atreve a presentar expedientes carentes de toda base para luego tener la audacia, el atrevimiento y la osadía de cuestionar las decisiones de los jueces.

Si los jueces no detienen las acusaciones y solicitudes de medidas de coerción sin fundamentos de un Ministerio Publico irresponsable. Si siguen otorgando medidas de coerción y dando sentencias por presiones mediáticas y aceptando inadmisibles presiones, pronto tendremos de que lamentarnos.

La cobardía de nuestros jueces es hoy una de las principales amenazas a nuestro sistema de libertades…